Valentín Javier Diment

Cineasta, Guionista, Productor
Valentín Javier Diment es director, productor, guionista, editor. Hizo, entre otras, las ficciones El apego (2021), El eslabón podrido (2016), La memoria del muerto (2013), y los documentales La Feliz (2019), El sistema Gorevisión (2017) y Parapolicial Negro (2012). Con su productora Películas V srl participó en gran cantidad de películas, entre las que se cuentan Aballay (2010), Piedra, papel y Tijera (2019) o El cadáver insepulto (2021).

Muy agradecido por esta convocatoria, pero como espectador desordenado, y sin tiempo para revertir al menos en parte esta mezcla de olvidos e ignorancia, no me siento capacitado para armar un top ten de películas de la historia del cine nacional. Pero es tal la gentileza de la invitación y las ganas de participar (léase figurar) entre tan distinguido dream team, que tiraré también mi lista. Pensando el cine como memoria abiológica, cuando se habla de películas memorables se sugiere permanencia en un espacio abstracto que se asume colectivo, y es una de las varas con las que suele componerse un canon. Pero a la vez, al impactar esa esquirla en la memoria individual se biologiza, se hace carne o masa encefálica o cualfuera la materia de que se compone la memoria, y esa forma no suele coincidir con el universo paralelo del que viene. Por lo que mi lista se agarra de un recorrido por ese mapa hecho de baches, de restos, de fragmentos incrustados, en esa intersección desprolija y arbitraria entre la fogata de la historia y el extrañado proceso en que una memoria decide, sin consultar con la conciencia con la que convive o que la porta, hacer su propia carne. Memoria en mi caso berreta y castigada. Películas que no creo mejores que otras, o incluso entiendo peores. Pero ahí están, iluminadas por un seguidor particularmente potente. Más que un mapa del cine argentino sería un mapa de mi memoria a través de 10 películas argentinas. Un mapa sin posibilidades ni intenciones canónicas, ni enciclopédicas, ni históricas. Como cuando uno hace algo de lo que más le gusta en el mundo: hablar de películas, de cine.

1: Los irrompibles (Emilio Vieyra, 1975). Los uruguayos de Telecataplum, una de caubóy, todos los chicos zapateando y tirando maní y gritando la canción principal, esos fantasmas protectores en teleobjetivo acercándose a cámara montando una zorra ferroviaria, la palabra “parangón”, entusiasmo y felicidad…
2: La parte del león (Adolfo Aristarain, 1978). La vi después de haber flasheado con Tiempo de revancha, y me hizo un gran efecto rebote: en épocas de psicobolchismo creciente, encontrarme con semejante thrillerazo, tan porteño y a la vez taaan yanqui. Me encantó, me confundió, y me volvió a encantar. Y cuando até que se estrenó apenas un par de meses después del mundial el impacto creció.
3: La mujer sin cabeza (Lucrecia Martel, 2008). La primera vez que la encaré abandoné a los 10 minutos, embolado. La volví a agarrar unos años después y entré como un caballo: ese desenganche entre la cadena y el piñón se me hizo de una potencia, vitalidad y verdad tan grande que no me pude sacar más la sensación de encima. Veo esa situación, esa foto, en mí, en otra gente y en el mundo, una y otra vez. Me impresiona la batería de recursos audiovisuales utilizados para contar eso tan difícil de contar, eso tan difícil incluso de explicar con palabras, y la precisión con que lo logra.
4: El vampiro negro: (Román Viñoly Barreto, 1953) . Esa película, remake de un hit alemán en épocas donde la ausencia de globalización solía dar vuelo a las remakes, no solo maneja un nivel expresivo y formal impresionante, muestra a Nathan Pinzón actuando en un nivel tremendo, hace propio el clima expresionista y le da su propia interpretación al noir de la época, mantiene un pulso narrativo tremendo, se basa pero se distancia en el disparador de su modelo, etcétera… además me permitió, cuando la vi, asomar a algo grande de nuestra historia cinematográfica pre Libertadora, al mundo de posibilidades en términos de industrias culturales que ese golpe de estado amputó vilmente.
5: Los muchachos de antes no usaban arsénico. (José Martinez Suarez, 1976). En esta se me juntaron: las delicadezas truculentas del humor ácido y negro, la gran realización de una película de bajo presupuesto (el tipo de películas para las que uno podía llegar a conseguir financiación), las actuaciones, el amor a los viejos, el aprovechamiento visual de un solo ámbito sin que se haga repetitivo ni visualmente cansador, Bárbara Mujica…
6: Soñar, soñar… (Leonardo Favio, 1976). Si bien mi favorita de Favio es Juan Moreira, las imágenes inolvidables grabadas a fuego (especialidad del Maestro, en realidad), las encuentro acá, y también encuentro acá mi propia memoria. Me voy a Buenos Aires para trabajar de artista, la crudeza y la inocencia, la estupidez y la inteligencia, la escena de Cármen, las playas de la Costanera a las que iba de chico, la Argentina a pleno, pero no la de “la argentinidad”, la de “la historia”: la mía, la que conocí, en la que crecí, la que a la vez me es tan propia, tan ajena, me horroriza, me conmueve.
7: Fiebre (Armando Bo, 1971). Armando Bo y la Coca Sarli, siempre fuente de felicidad, se extreman. Zoofilia, deseo, fundidos encadenados inolvidables, la masturbación melancolizada, toda la carne del relato al asador, ¿qué estamos fumando, Roberto?… Inolvidable.
8: El último payador (Homero Manzi, Ralph Pappier, 1950). Me quedó grabadísima: la voz y el porte de Hugo del Carril, completamente convertido en Betinotti, su dolor, el melodrama furibundo, el devenir perfecto de la narración, la subjetiva del alma de guitarra…
9: El extraño caso del hombre y la bestia (Mario Sóffici, 1951). Me acuerdo poquísimo, y no me pareció en general una genialidad, pero el efecto con que hace la transformación de Jeckyl a Hyde me es imborrable, a la altura del mejor cine b de la historia, codo a codo con Tourneur, y una fuente de inspiración permanente desde que la ví.
10: Bolivia (Adrián Caetano, 1999). Economía, pulso narrativo, estética, movimientos de cámara, espacio fílmico, retrato de personajes y a la vez de época, concentración, cada detalle contando algo, humanidad, inhumanidad, tensión, de qué lado del mundo te ponés. Impresionante.