Una pequeña oda a la representación. A la ficción como potencia política y a la posibilidad de evocar pasados que no se hayan en el presente. Oda, también, a los personajes imperfectos, contradictorios, ventajeros y tramposos. A los fantasmas de las tradiciones (y vanguardias) perdidas. A la posibilidad de encapsular momentáneamente al ser argentino. En otras palabras, oda a la reinvención de los juegos.