Pensar el cine argentino implica reconocer la propia ignorancia. Ver hacia atrás y chocarse con todo lo que falta, los huecos, los agujeros que nos toca emparchar; no hay respuestas, solo una promesa eterna hacia el futuro. ¿Como vemos las películas?¿en qué condiciones las vemos? Lo errático se vuelve indistinguible de lo personal: ver películas argentinas en su formato original es una experiencia única, porque uno sabe, mientras sucede, que quizás no pueda repetirlo; que no puede llegar a su casa y hacer screenshots, o revisar una secuencia; las películas así se terminan pareciendo un poco a los sueños, de los cuales uno empieza a olvidarse al mismo tiempo que los recuerda. En nuestra memoria emocional los planos se agigantan, llegamos a recordar las escenas de otra manera, inventamos y olvidamos en un mismo movimiento. El pasado se nos presenta vivo, por oleadas, en cada proyección, en cada nuevo ripeo que emerge de entre las piedras; todo descubrimiento significa reorganizar el mapa, calibrar nuevamente lo que uno pensaba que conocía, barajar y dar de nuevo. Quizás eso sea lo realmente emocionante, o lo que a mí más me emociona; pensar hacia atrás en forma de pregunta, una carta abierta.