Luis Franc

Crítico, Divulgador, Docente, Periodista, Prensa
Redactor en la revista digital Hacerse la crítica desde 2015, con sucesivas colaboraciones en las ediciones impresas del 2015, 2016 y 2018. Participación en la compilación de textos sobre el cineasta Raúl Ruiz, en la Revista GOD/ART (2018). Colaboración en el libro Giallo: Crimen, sexualidad y estilo en el cine de género italiano. Editorial Rutemberg. Participación en la compilación De(s)velando imágenes, dirigida por Ricardo Manetti y María Valdez. Libros del Rojas (1997). Ponencista en el XII Congreso Internacional de Salud Mental y Derechos Humanos “El otro soy yo” (2013). Conductor radial en Radio Hache (2019). Creador y conductor de Periferias del cine desde 2021 y co conductor desde 2018 en Nosotros, los otros (Radio Caput).

Seguramente en sintonía con el resto de lxs convocadxs a la encuesta, siento una responsabilidad enorme por obras fantásticas que quedan fuera. El cine argentino lucho siempre con constituir su propio modo de representación, y el recorrido en su línea de tiempo nos lleva a la evidencia de qué si bien podemos pensar en rasgos identitarios del cine local, en el mismo convergen felizmente (y nada armónicamente) múltiples formas. Haciendo la mayor justicia posible a la dimensión política que toda imagen alberga, a componentes que unifican el corpus en algo que se reconoce argentino, y a un gusto personal apoyado en que una propuesta en cine debe ser – o acercarse lo más posible – a un acontecimiento, va esta
selección en orden temporal, aleatorio en tanto las elegidas las pienso con idéntico rango. Ya bastante tienen estas diez con haber desterrado al resto de las preseleccionadas para además, competir entre ellas. El primer puesto va para todas.

Prisioneros de la tierra (Mario Soffici, 1939). Cine expresamente político desde la genérica denominación de cine social. El plano general se impone al primer plano en la medida en que aquella disputa histórica por la tierra, las condiciones de trabajo de los trabajadores de la yerba en el norte – que aún prosigue, – es la que atraviesa toda la historia individual. Enorme condensación de la idea de pueblo.

Apenas un delincuente (Hugo Fregonese, 1949). El “batacazo”, salvarse, los tópicos más negativos de la miserabilidad convergen en esta fantástica película de género en estado puro. La métrica norteamericana desde códigos argentinos a partir del centralismo porteño. Una fábula moral que expresa lo mejor del estilo. La presentación cerca del comienzo, de la vida en la gran ciudad es casi única en nuestro cine.

Los venerables todos (Manuel Antín, 1962). Obra maldita de Antín, exhibida en Cannes y más adelante en televisión; nunca pudo estrenarse comercialmente. Película de estructura moderna que integra referencias políticas y formas literarias y
cinematográficas apoyadas en el existencialismo, tan candente por esos años. Su propuesta conserva la potencia de entonces. El trabajo de montaje en relación con el concepto fotográfico la dimensionan como de lo mejor de nuestro cine.

El dependiente (Leonardo Fabio, 1969). Impecable propuesta que integra dos estructuras, dos mundos en el que uno se come al otro. La vida de Fernandez con Don Vila podría encuadrarse en cierto realismo sesentista, tan en boga en el teatro local de entonces. Pero cuando el protagonista ingresa al espacio físico de lo siniestro encuentra la ocasión para que su propia oscuridad se potencie y su hundimiento sea inevitable. Obra determinista, con una investigación sobre espacios y texturas de rostros que quedan grabados en la memoria de las imágenes a través del tiempo.

El camino hacia la muerte del Viejo Reales (Gerardo Vallejo, 1971). Pieza inaugural de la obra del gran Vallejo. Una vez más, el tema de la tierra desde una investigación de campo con la misma familia protagonista de la historia casi encarnándose a sí misma; la ficción propuesta casi desaparece en beneficio de una dimensión de verismo de las imágenes
que nos vincula en forma directa con el padecimiento de los trabajadores de los ingenios en Tucumán.

Gerónima (Raúl Tosso, 1986). Sin dudas, la mejor película sobre las comunidades originarias. La historia de Gerónima Sandé y su representación a cargo de Luisa Calcumil se cuentan entre las más cercanas al objeto de análisis, con el plus del trabajo de la actriz sobre el proceso de enajenación que padece esta víctima del sistema sanitario institucional. Golpe más que necesario para suscitar el estado de pregunta en los espectadores.

Habeas corpus (Jorge Acha, 1986) La obra más precisa sobre la dictadura cívico militar, donde asistimos al paso del tiempo de una víctima en cautiverio, en paralelo con el tiempo de su guardián y torturador. Los espacios mentales que promueve Acha – quizá compartidos entre ambos personajes – dimensionan a este notable material desde el intimismo y recorrida del cuerpo humano como tema y como política de la imagen.

La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001). El siglo se inaugura con obras notables entre la que se destaca esta maravilla que se centra en una burguesía en decadencia a partir del extrañamiento, la dimensión perceptual que se propone a partir del no lugar, la deriva de ese universo de alienados. La abulia intensifica un microclima donde todo pesa, brindando la sustancia de una dimensión del azar que arrasa con la causa y efecto de la narración orgánica. Imprescindible obra.

La orilla que se abisma (Gustavo Fontán, 2008). Y si de percepción se trata, la obra completa de Gustavo Fontán es un tratado sobre el tema. En este caso, los tiempos, los espacios, la vegetación, la sonoridad de la naturaleza, la cadencia de la alocución de textos de Juan L. Ortiz, se organizan para un viaje en el cuál la sensorialidad es la materia prima para el vínculo con espectadorxs que se autoricen a olvidar su herencia y hábito narrativo para entregarse al vínculo con un orden natural felizmente distorsionado por el dispositivo cine.

Lluvia de jaulas (César González, 2020). Siempre lo afirmo: César González es de los más necesarios. Lo que en su momento denominé como cámara-villa encuentra en esta gran operación de montaje su condensación más sólida. González no ofrece tópicos, clichés; se trata de la realidad villera hecha edición. Iintegrada en su dimensión de padecimiento,
marginación, con los efectos de las balas policiales sobre sus víctimas, sus secuelas de por vida. La percepción desde la villa y en el afuera: ambos mundos recorridos por el cuerpo del rapero Alan Garvey en diferentes edades de su vida. Acompañarlo en su ruta incierta es imprescindible.