Podría hacer varias listas alternativas y fundamentarlas, con apreciaciones objetivas sobre lo que significaron en nuestra cultura y cómo se proyectan al futuro, pero también sobre recuerdos personales, del Chiquito que cuando creyó que se moría me encomendó los originales de Sinfonía del sentimiento para que yo decidiera qué hacer con ella, y me dedicó su última maravillosa obra, Aniceto. Sobre Fernando Birri, que fue el primero que sin proponérselo me dio lecciones de rigor y de ética, que me acompañaron desde mis 18 años, cuando él era un señor muy viejo de 35, y ya tenía unas alas enormes. De Hugo del Carril, que con la novela de mi padre, Calles de tango, hizo un Romeo y Julieta de barrio porteño; de Lucas Demare, que me presentó a su hermano, el extraordinario pianista Lucio Demare, el autor de Malena. En varias películas de Lucas el iluminador fue mi tío materno David Altschuler, antes de irse a Italia, donde fue el re di luce de la incipiente RAI, sin cuya mano no aceptaba trabajar Eduardo De Filippo. De mi tío paterno Alejandro, que junto con Villalba Welsh escribió los guiones que Daniel Tinayre ensayaba con Mirtha Legrand en la casa de Haedo donde yo molestaba peloteando con mi primo, hasta que se fue a México siguiendo los pasos de su amiga Libertad Lamarque. De Pino Solanas, con quien empezamos el guión de una película política y filmamos en la calle el día en que asumió Illia, pero después no nos pusimos de acuerdo sobre lo que queríamos contar y él tuvo el buen tino de seguirla con Octavio Getino, que además riman, y les salió lo que ya sabemos.

En la primera lista estarían todas las películas de Leonardo Favio. En la segunda, la obra completa de Birri, que ATE Santa Fe digitalizó en una imprescindible caja de DVDs. En la tercera todo lo que filmó y vaya a filmar en el futuro Lucrecia Martel. Y en la cuarta el resto.

Lo tremendo de la propuesta no es tanto la arbitrariedad del gusto como la injusticia de las exclusiones. Por favor, que nadie me reproche lo que no elegí. Diez es un número brutal y esa es la única explicación. No me hagan la escena de la madre que le regala dos corbatas al hijo y cuando se pone una para visitarla, se entristece porque la otra no le gustó.

En fin, esto es una locura, pero ese no es motivo para abstenerse. Que Méliès se apiade de ustedes.