Nazareno Cruz y el lobo
Si Crónica de un niño solo (Leonardo Favio, 1964) es el mejor debut de un director en Argentina, Nazareno Cruz y el Lobo representa la cima del cine más personal de Favio. Fantasía y folclore explotan en un paisaje kitsch, donde leyenda y tragedia confluyen en tono de ópera. Nuestro mayor artista popular encuentra un ancho cauce por donde desbordar la pasión y la ilusión de un romance que pide color, tormentas y la altisonancia de Soleado. El diablo y el inocente se encuentran en la Salamanca de un país que empieza a canibalizarse. Toda la sangre del poeta puesta en la película más amada del cine argentino.

Bolivia
El siglo XXI llega con un boquete grande de intolerancia y xenofobia en los ideales democráticos. Realismo sucio argentino encuadrado con maestría en una puesta que suda cine en cada plano y cada corte, y con notables actuaciones no profesionales que le ponen el cuero a un guion inoxidable. Una película implacable para entender la Latinoamérica y el mundo que vivimos.

La Ciénaga
El ambiente de provincia encuentra por fin su lugar en el cine argentino. Sin provincianismos y a fuerza de cine. Ópera prima de influencias inagotables, ayudó a repensar el sonido y la puesta en escena en el cine nacional. De aire sesentista pero portadora de un carácter que no asume paternalismos, su estética inaugura territorios para la exploración: la experiencia sensorial de la observación y la escucha profundas. Su legado señala que el cine es, ante todo, ambientación. Film revolucionario para una sociedad en pleno estallido.

Juan, como si nada hubiera sucedido
Filmada apenas dos años después de la caída del régimen militar argentino, Echeverría emprende esta épica para averiguar qué pasó con el único desaparecido de Bariloche, jugándose mucho en ello: en las calles, el poder militar sigue intacto. Sólida por dónde se la mire (investigación rigurosa, entrevistas que extraen verdades a genocidas y un guion imperfectible), su compromiso con la verdad es tan conmovedor como  contundente su estructura narrativa escrita en clave de policial negro. Obra maestra del cine latinoamericano.

Más allá del olvido
El melodrama en su máxima expresión en manos de un artista popular y dueño de un estilo singular: elegante, visceral y de estética personal. Capaz de conmover a fondo como de agitar las ideas más oscuras, como apreciaba Hitchcock del género, la historia explora los alcances de una obsesión desenfrenada. Alto exponente de la edad de oro del cine argentino: de género popular, con guion impecable y con una dirección en plenitud. Película de culto cuya copia original fue recuperada tras décadas de estar perdida. Un verdadero clásico argentino.

Tiempo de revancha
¿Cómo tratar el tema de la censura bajo un régimen militar genocida? Cultor del policial y de muñeca sensible para la trama de género, Aristarain saca conejos de la galera y realiza una obra transcendental por su tratamiento. La transición cinematográfica hacia la democracia se abre asentando atributos en lo esencial del lenguaje: la simbiosis entre forma y contenido. Bajo la sombra de la tiranía capitalista, todo silencio tiene acción y nada es lo que parece.

La hora de los hornos
Monumental obra de la cinematografía mundial, su lugar en el aprecio local siempre estuvo teñido de ideología, sobre todo para marginarla de La historia oficial. Inevitable no sumar este ensayo vanguardista entre los más destacado del cine argentino de todos los tiempos. Una estética de la revolución para la historia.

Los traidores
Película maldita que sufrió persecución y estuvo desaparecida por 20 años. Rodada en clandestinidad en el gobierno de facto de Lanusse, se estrenó con la presidencia de Cámpora para luego desaparecer junto a su director tras el golpe militar liderado por Videla en 1976. Cine militante que apela con lucidez al relato clásico para retratar la corrupción sindical y la violencia política de la época. Guion de hierro, protagónicos brillantes (Lautaro Murúa y Víctor Proncet la rompen) y una dirección que evita el panfleto y nos regala secuencias memorables, la ponen a a la altura de la mejor ficción nativa. Lección de cine político de vigencia inapelable.

Carne
La patria interpelada por un cuento bizarro, trash y moralizante. La tradición (el trabajo, el amor y perdón de Dios, los tortolitos), la familia (el anhelo de la mujer vejada, el hogar, el futuro) y la propiedad (la mujer, la belleza hiperdeseada) son asaltadas por la violencia bestial y machista de obreros marginados. Imposible de filmarse hoy, esta sexploitation de gran taquilla local sigue resonando en el imaginario popular a través del tiempo. Explícito y brutal, su cóctel de violencia sexual, ingenuidad y moralina católica provoca al espectador en su incómoda condición de voyeur. Contra la apatía de la mirada burguesa, carne, el gran producto nacional.

La expresión del deseo
Versión hard de Pizza, birra y faso que aborda la violencia marginal sembrada por el neoliberalismo en su rostro más cruel: la confrontación entre pobres. La disputa territorial por una plaza entre dealers y cirujas comparte su adn y potencia visual con la nueva ficción televisa –Okupas, Tumberos, más aquí El marginal– más que con el cine posterior. Su blanco y negro granulado y sus treinta minutos de adrenalina callejera le bastan y sobran para seguir alimentando su vigencia. Cruda cartografía trazada a cámara en mano.