Mi selección está limitada al período anterior a 1969, año fundacional de la destrucción del patrimonio cinematográfico argentino, con el incendio que destruyó las copias en 35 mm guardadas en los laboratorios Alex. Evito señalar obras posteriores, o caer en la tentación de nombrar amigos y contemporáneos admirables. Mirar cine argentino clásico es como mirar las ruinas del Partenón, uno tiene que hacer un ejercicio de imaginación para, a partir de una serie de despojos, imaginar lo que fue. A esta altura del siglo 21, la inexistencia de una Cinemateca que preserve lo poco que queda de nuestras raíces nos está lentamente condenando a un futuro de banalidad cinematográfica. Esta situación ha sido fruto, en gran parte, de la desidia y el desinterés de una mayoría apabullante de la comunidad audiovisual, que ha preferido enroscarse en discusiones interminables alrededor de cómo repartirse la torta entre sus propias empresas, que a un verdadero ejercicio de conciencia cultural (y esto hasta fechas tan dolorosamente recientes como 2016, año de la destrucción de los laboratorios Cinecolor). Espero que el hecho de que las películas que señalo en esta lista de obras, históricamente significativas, sean de visión tan penosa, debido a su mal estado, remueva alguna que otra conciencia a la hora de discutir las ejecuciones de los grandes presupuestos nacionales, y se decidan a poner sobre la mesa, junto con los intereses empresariales, los de toda la gente. ¿Peco de ingenuo? No sería la primera vez, pero no pierdo la fe… quizás suceda un milagro y todos y todas alcemos, finalmente, las voces para reclamar el cese de la destrucción de nuestra herencia cinematográfica, porque sin patrimonio no hay cultura, no hay historia, no hay nada. No nos dominarán por la fuerza, sino por la ignorancia.

Madreselva (Luis César Amadori, 1938)
Para mí esto es el equivalente argentino a Lo que el viento se llevó. Un hito industrial: Hugo del Carril, Libertad Lamarque, Malisa Zini, ¿qué más se puede pedir?

Muchachos de la ciudad (José A. Ferreyra, 1937)
Resumen de maestría del Negro Ferreyra, tanto en el uso de las locaciones porteñas, como en el diseño de los decorados art decó y los diálogos en porteño.

Los pulpos (Carlos Hugo Christensen, 1948)
Una de las películas más negras de uno de los directores más pesimistas de nuestra historia. Tanguera y cruel, Olga Zubarry hace a la vampiresa más dura del cine clásico.

Deshonra (Daniel Tinayre, 1952)
Una épica lesbo carcelaria, con una Fanny Navarro que parece actuar en trance y Tita Merello muy fuera de sus papeles habituales, como una millonaria amarga, la víctima del crimen perfecto.

Vidalita (Luis Saslavsky, 1949)
Al pobre Saslakvsy esta película le costó su carrera argentina. Mirtha Legrand haciendo de gaucho maricón fue demasiado para el machirulaje argentino. Brindo por él y por todos los Vidalitas.

Así es la vida (Francisco Mugica, 1939)
Quien no haya llorado con la muerte de Felisa Mary no tiene el corazón en su sitio. Mírenla y hagan el test con el suyo.

La casa de los millones (Luis Bayón Herrera, 1942)
Comedia anárquica con Sandrini y la Bozán, riéndose de todo y destruyendo todo, especialmente esa pobre casa. Bayón Hererra, cuando estaba inspirado, estaba a la altura de su fama como arquitecto de la revista porteña.

Con el dedo en el gatillo (Luis José Moglia Barth, 1940)
Policial basado en la figura de Severino Di Giovanni, oculto bajo un nombre figurado, ya que su fusilamiento acababa de suceder y la película lo presenta como un antihéroe trágico y romántico.

Los muchachos de antes no usaban gomina (Manuel Romero, 1969).
Yo me pregunto, sinceramente, ¿cómo es que no han rebautizado alguna de las calles del centro con el nombre de Manuel Romero? Si hay un cineasta que se merece una calle porteña, es él.

Aquello que amamos (Leopoldo Torres Ríos, 1959)
Una película hecha en estado de iluminación cinematográfica. Ver para creer. Ese tipo se había vuelto un santo encarnado, no tengo pruebas, pero tampoco dudas.