Hacer un recorte implica un desafío. Me debato entre las grandes películas que dejaron una marca indeleble en la historia de nuestro cine y las que dejaron una marca en mi historia personal; entre lo objetivo y lo subjetivo; entre la tradición y lo contemporáneo. Una frase de Cortázar viene a mi memoria: “Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. Creo que algo parecido ocurre con el cine, no siempre elegimos, algunas imágenes nos atraviesan para tocar una fibra sensible que no conocíamos hasta ese momento y nos transforman. Elijo incluir películas que al momento de verlas cambiaron algo en mí.

1. La vuelta al nido (1938) de Leopoldo Torres Ríos. Por sus rasgos modernos que anticipan algo de lo que ocurrirá en los años 60 y ponen en escena una historia íntima y cotidiana.

2. La mano en la trampa (1961) de Leopoldo Torre Nilsson. Por su atmósfera de misterio e imaginario fantástico, la capacidad de transmitir la subjetividad de su protagonista y la representación elegante de la violencia.

3. Soñar, soñar (1976) de Leonardo Favio. Por la mirada amorosa con la que Favio observa a sus personajes y la exploración de la amistad masculina. Favio nos enseña que soñar es un acto de valentía, y que siempre valdrá la pena.

4. La Mary (1974) de Daniel Tinayre. Por no temer caer en el desborde y el exceso, por partir del cliché y salir airosa.

5. Señora de nadie (1982) de María Luisa Bemberg. Por poner en pantalla el proceso de emancipación de una mujer y construir un personaje femenino dueño de su propio destino.

6. Juan como si nada hubiera sucedido (1987) de Carlos Echeverría. Por su sensibilidad, su búsqueda de justicia y sobre todo por el testimonio final de la mamá de Juan.

7. Silvia Prieto (1999) de Martín Rejtman. Por su humor y diálogos ocurrentes, el azar como motor del relato. Por la actuación de Rosario Bléfari.

8. La niña santa (2004) de Lucrecia Martel. Por crear un espacio que siempre parece transformarse y volverse otro, habitaciones llenas de gente que va y viene, interrupciones, llamados, la separación entre el espacio privado y público se resquebraja. Por la frescura de les niñes y las confusiones de la adolescencia condicionada por una religión confusa.

9. Ragazzi (2014) de Raúl Perrone. Por la experimentación, la creación de imágenes y sonidos que desbordan los límites de la pantalla. Por recuperar la fuerza y el magnetismo de las imágenes del cine de los primeros años y combinarlo con problemáticas y sonidos contemporáneos.

10. Julia y el zorro (2018) de Inés María Barrionuevo. Por su carácter de fábula, la construcción de una atmósfera sombría y enrarecida. Por el misterio que encierran personajes y espacios.