Andrés Levinson

Archivista, Historiador
Historiador, egresado de la Universidad de Buenos Aires y candidato a Doctorado en Historia por la misma Universidad. Actualmente a cargo del área de Investigación y Curaduría del Archivo fílmico del Museo del Cine de Buenos Aires. Especialista en Historia del cine mudo, conservación y archivo de medios audiovisuales. Profesor de Historia Argentina en la Universidad de Buenos Aires y de Historia del Cine Antártico en el área de posgrado de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego. Fue profesor de Historia del Cine en la Universidad del Cine (FUC) y en la Universidad de Nueva York. Ha participado en numerosos congresos, publicado artículos en revistas y libros. Es autor del libro Cine en el país del viento, cine mudo en la patagonia argentina. Responsable de la restauración del clásico argentino Prisioneros de la tierra (1939) con el apoyo de The Film Foundation y de Amalia (1914), primer largometraje argentino, entre otros. Actualmente dirige el Proyecto para la Conservación de Cine Antártico Argentino.

1) Zama
Algunos de los films más lúcidos y atractivos del cine argentino son obra de Martel, vaya obviedad. Zama, además, a partir de la turbulencia del paisaje y de un puñado de personajes atribulados y misteriosos, crea una épica de la espera y de la pérdida. Crea un tiempo de la historia que le es propio, ajeno al tiempo cronológico de los historiadores. Heredero de Di Benedetto en la forma, en el gesto, más que en la recreación o transcripción del relato. Zama, en ese sentido, se asemeja a Invasión, imposible de anclar totalmente a una fecha, un estilo o una tradición.
2) Este es el romance del Aniceto y la Francisca
El cuento “El cenizo”, de Jorge Zuhair Juri, es una pequeña obra maestra, creo que algo olvidado por los lectores actuales. O no, capaz que se lee muchísimo, no sé. A partir de ese relato parecía imposible hacer un buen film porque básicamente no había nada que agregar. Sin embargo el lugar común que dice que a partir de buena literatura no se puede hacer buen cine, encuentra su excepción en Favio, en parte porque parece tener claro que todo lo que funciona en literatura no funciona en una película. Como en otros casos, describe un espacio que conoce de primera mano; las calles de tierra de Luján de Cuyo, el baile en el club, el rancho del Aniceto, las peleas de gallos. El film es tan simple y perfecto como el cine; una serie de extraordinarias fotografías puestas en movimiento. Luppi, y esto no es menor, entiende el personaje a la perfección.
3) Plata dulce
Del mismo año que Últimos días de la víctima, comparte con este al mejor Luppi y un estreno atravesado por la invasión a Malvinas. Arteche, interpretado por ese talento natural que era Gianni Lunadei, se convirtió en una frase histórica de nuestro cine, mientras que Julio de Grazia es Rúben Molinuevo, con acento en la ú, una creación inigualable. El costumbrismo de Ayala resultaba poco atrayente para la sofisticación de críticos e intelectuales, pero, de la dupla que creó Aries en los años cincuenta, era, por lejos, el narrador más talentoso. Plata dulce sigue siendo hasta hoy la mirada más lúcida y evidente dedicada a la sinrazón de la economía nacional y, a la vez, una radiografía acerca del funcionamiento de cierto sector de la clase media que le pasa el trapo al más sesudo de los estudios sociológicos existentes.
4) Elvira Fernández, vendedora de tiendas
Manuel Romero sabía armar duplas actorales que, una vez funcionando, parecen obvias; Enrique Serrano y Niní Marshall protagonistas de una trilogía inolvidable, es, posiblemente, la más recordada (en el caso que alguien hoy recuerde a algo), pero reunir a Paulina Singerman con Juan Carlos Thorry y sumarle a Tito Lusiardo resultó en una comedia de clases irresistible al paso del tiempo. Como todo el cine de Romero, está hecha con, como se dice, dos pesos con cincuenta, y todo el humor recae en un guión cuyo desborde y final acelerado e insólito es resuelto gracias al talento de unos actores que parecen divertirse y disfrutar tanto que son capaces de contagiar al público más solemne.
5) Juan Lamaglia y señora
De la Torre es uno de esos casos en que lo mejor de su obra estuvo en los inicios. A este film le sigue, al año siguiente, Crónica de una señora y luego Heroína, todos excelentes que, sin embargo, parecen ir erosionando el talento del director. Para inicios de los años ochenta esa mirada sobre las señoras de los sectores medios altos parecía agotada en De la Torre y era reemplazada, sin esfuerzo, por la obra de Bemberg. Pero Juan Lamaglia es distinto, puede que tenga que ver con la presencia del mejor Pepe Soriano y de Julia von Grolman, o quizás con la descripción de una vida de pueblo, Zárate, y de una clase social, media alta, que De la Torre conocía bien y sobre la que no estaba dispuesto a ser complaciente.
6) Tute Cabrero
El paso del tiempo tiene cosas inexplicables. Por ejemplo, no es fácil reconocer en esta obra perfecta al director, treinta años más tarde, de Papá es un ídolo. Al igual que De la Torre, lo mejor de Jusid estuvo en los comienzos. Tute Cabrero se apoya en una trilogía de actores excepcional: Pepe Soriano, Juan Carlos Gené, un muy joven Luís Brandoni y en un guión, co-escrito con Roberto Cossa, que parece pulido en todos sus detalles. Se enfoca en un episodio mínimo: la amistad de tres arquitectos es puesta en crisis por las políticas eficientistas de Krieger Vasena. Este tipo de relato, hiper concentrado en las formas y en las relaciones laborales del universo profesional, es prácticamente inhallable en nuestro cine. La fotografía de Arsenio Reinaldo Pica deja ver el talento de alguien con un recorrido extrañísimo; trabajó con Gleyzer en Los traidores y luego con Galettini en la serie de los Superagentes.
7) Últimos días de la víctima
Es uno de los pocos excelentes films policiales de un cine que en cien años ha realizado, comparativamente, pocos policiales. Otra adaptación, en este caso de Juan Pablo Feinmann, cuando se dedicaba a lo que sabía hacer más o menos bien, escribir policiales. Acá existe un duelo notable entre dos personajes, Külpe y Mendizabal, que trasciende a los personajes y atrapa a los actores que los interpretan, Arturo Maly y, nuevamente, Federico Luppi. Con eso bastaría, pero los personajes laterales también funcionan, en particular el de Dumont, esa suerte de escudero de Luppi. Aristarain filma como si fuera un western de Hawks, de Ford, o de Peckinpah, creo que ese amor por el género resulta decisivo. Por último, debe tener el mejor comienzo de todo el cine nacional.
8) La hora de los hornos / Los traidores
Van juntos porque son como el anverso y el reverso de una misma moneda. La obra extensa de Solanas y Getino no se explica sin el rugoso film de Gleyzer. El primero es la puesta en un film de la mirada revisionista de la historia en cada uno de sus detalles. Este relato, que, aún cuando se trataba de una verdad irrefutable para las multitudes peronistas, ya resultaba insostenible en términos de histórica académica (pero a quién le importa el trabajo de los historiadores), es montado con un estilo donde se mezclan Vertov, Santiago Álvarez y la estética de las publicidades que, a fin de cuentas, sostuvo la producción de la obra. Mientras que Los traidores denuncia lo que el otro film celebra, lo hace mediante una ficción que luce más real que cualquier otro film documental. Es, a la vez, el ejemplo de que para hacer un film hace falta el deseo de hacerlo y el convencimiento -al igual que el anterior- que tiene que servir para algo más que para entretener a las masas.
9) La vuelta al nido
En 1938 nadie estaba preparado para un film argentino de estas características, apenas reservado para el cine intelectual europeo que podía verse en los cine clubs. Sin embargo lo hizo lo que podría llamarse un “hombre de la industria”, quien para entonces ya tenía mucho cine encima. Se trata de una historia ínfima en un tiempo en que el cine las había abandonado. José Gola, su protagonista, compone a un hombre de clase media que vuelve del trabajo, se pone el delantal, baña a sus hijos, está atento a las mamaderas y que súbitamente todo su mundo tambalea al sospechar que su hermosa esposa, Amelia Bence, le es infiel. En un blanco y negro prodigioso, obra de su hermano Carlos, Torres Ríos describe el tedio de la oficina, la vida familiar en la Buenos Aires de los treinta y las tensiones cotidianas de una pareja como el cine argentino no había mostrado hasta entonces y no volvería a mostrar sino muchos años más tarde.
10) Invasión
Todo lo que había para decir de este film ya lo dijo David Oubiña para celebrar los cuarenta años de su estreno: “ (…) si hay algo anacrónico en Invasión es que, siendo un film del pasado, nunca termina de instalarse en el pasado. Más bien, lo que ha dicho, lo que tiene para decir, lo que continúa diciendo parece dictado desde el futuro. Por eso permanece inconmovible, señalando el camino, desde ahí adelante, adonde la mayoría de los films todavía no han llegado”.