No soy una gran conocedora del cine argentino. Lo digo como una limitación, no hay nada de esnobismo. Simplemente se trata de una justificación: me costó elegir estas películas pero todas ellas significaron para mí un amor y un descubrimiento. Invasión (Hugo Santiago, 1969) es mágica. Además del guion y del uso de la cámara, de la posibilidad de inventar un cine de ciencia ficción nacional, nunca voy a olvidar la actuación de Lautaro Murúa, su elegancia y su tono impecable, y la de Olga Zubarry, tan extraña como todo lo bellamente extraño del film. Las dos películas de Torre Nilson responden a una época y a un proyecto. Quiero celebrar la dupla con Beatriz Guido, la apuesta a un guion y a esas historias intrincadas muy a la argentina. Conflictos de clase media y actuaciones que establecían una relación especialmente inspirada con la cámara. Pino Solanas fue siempre una figura admirable para mí, aun en su fallida obra de ficción. Hay allí una ambición estética, un empecinamiento por crear una estética y un sistema complejo que podría haber funcionado si Solanas hubiera entendido que el cine es un trabajo de equipo y no la obra de un iluminado. Me quedo con sus primeras películas documentales porque allí veo la herencia del cine de propaganda ruso que tanto admiro. La verdadera vanguardia. Quiero rescatar también la posibilidad de trabajar con un intelectual como Octavio Getino, de creer que las ideas pueden convertirse en imágenes cinematográficas, algo que al cine argentino siempre le resulta difícil de integrar. De Favio (no podía faltar) me quedo con esta pieza perfecta. Muy europea en su factura y sumamente nacional en su temática. Una pequeña tragedia. No soy fan del cine de Favio. Reconozco su talento pero me agota ver en sus películas momentos excelentes seguidos de escenas desastrosas, es como un proceso de encantamiento y desilusión que me deja angustiada. Elegí Esperando la Carroza (Alejandro Doria, 1985) porque no deja de sorprenderme la manera en que las nuevas generaciones asimilan esta obra. He tenido alumnos de 18 años que me mencionaban secuencias. Yo la vi a los 13 y la recuerdo como si la hubiera visto ayer, y tengo 42 años. Las tres últimas son decisivas. La Ciénaga (Lucrecia Martel, 2001)fue para mí una transformación, realmente una película de ruptura para el cine argentino. Esa manera de contar es casi inhallable. Tengo escrito un ensayo donde intento demostrar que La niña santa (Lucrecia Martel, 2004) funciona como el negativo de La Ciénaga (Lucrecia Martel, 2001). La primera es sobre el exceso de fe y la segunda sobre su ausencia También escribí un texto sobre La Patota que nunca publiqué. Me gusta mucho el cine de Santiago Mitre, esta película es sumamente inteligente. Me enojé mucho con los críticos de cine que no supieron diferenciar lo anecdótico de los procedimientos narrativos. Y qué decir de El ángel. Poesía pura. Sobre esta película escribí un texto muy corto. Podría ser, como tantas películas francesas de los años sesenta, un film sobre la juventud y esa atracción que puede cautivar y destruirlo todo.