Gombrowicz, la argentina y yo

Yaccelini convoca a los albaceas del mito Gombrowicz: allí están Alejandro Rússovich, Miguel Grinberg y Antonio Dal Masetto. Pero a ese elenco de “yos”, portadores de una experiencia autobiográfica decisiva, Yaccelini suma un par de testimonios algo excéntricos: el de Jorge Goldenberg, encargado de desmenuzar el bizarro, errático, desconcertante imaginario argentino que acogió a Gombrowicz; y el del escritor Juan José Saer, que lo recorre “literariamente” con un pie en la severidad y otro en el sarcasmo. Es la franja encarnada por ellos dos la que, despegándose suavemente de la hagiografía, empuja al film hacia una dimensión más personal. Hay aquí dos voces que hablan en primera persona: la de Gombrowicz, por supuesto, y la del mismo Yaccelini, que despliega su doble posición de narrador exterior y de personaje completamente implicado en lo que narra. Así, la película deja de ser un simple documental biográfico y se convierte en un ensayo sutil acerca de un pequeño puñado de perversiones argentinas: el exilio, la pérdida, la doble identidad, la traducción, y esa extraña pasión –culpable de muchos de los mejores hallazgos de nuestra cultura– que se llama desapego.