Cualquier lista de películas es, por definición, parcial e injusta, pero cuando se trata de cine argentino esa injusticia se ve profundizada por razones que, por desgracia, conocemos de sobra: los problemas de preservación, difusión y exhibición que impiden que accedamos a buena parte de (¿la mayor parte de?) nuestra historia, y cuando decimos “historia”; hablamos no solo del pasado sino también del presente. Partiendo de la base, entonces, de reconocer esta inmensa injusticia, quedaba una pregunta clave por responder: ¿cómo definir un criterio? De las muchas posibilidades que consideré, tantas como las muchas identidades cinéfilas que me atraviesan, elegí quedarme con una que tiene que ver con el más difícil de mis trabajos. Para elaborar esta lista, entonces, elegí películas que hemos compartido y debatido en las aulas junto a varias generaciones de estudiantes; películas a las que vi transformar miradas, sacudir prejuicios, despertar preguntas y contribuir con el nacimiento de nuevxs espectadorxs y realizadorxs de cine argentino. Quizás esto implique, de alguna manera indirecta (y un poquito cobarde también, ¿por qué no?) delegar la decisión en otras personas. Y por supuesto que podrían haber sido otras películas: hubo, por suerte, muchas más que tuvieron efectos similares y que lamento mucho haber dejado afuera de este recorte, además de todas las que podría haber elegido por lo que representan para mí. Pero escogí estas porque me conmueve recordar esos momentos y saber lo que fueron y son capaces de generar. Gracias a las discusiones que provocaron se me hizo (aún más) evidente que, si encontramos la forma de darle una vida nueva y compartida al cine argentino, su incierto futuro puede llegar a convertirse en una realidad. Es necesario y urgente que así sea.